¿Cuánto había pasado? ¿Diez años? ¿Doce? Los años de guerra, miseria y desolación por fin habian terminado. Había sido un camino muy duro para Garduk, las cosas que presenció durante estos años le habian cambiado mucho y marcado de por vida. Pero ahora volvía a casa con la certeza de que era un hombre más fuerte, preparado para cualquier cosa; claro que todo lo vivido tenía su contrapartida. Había perdido la capacidad de sentir piedad por un enemigo, la capacidad de amar... Definitivamente ya no era aquel aguerrido joven que partió de los verdes campos de Yselennia hace ya más de una década dejándo toda una vida atrás.
Apenas tenía veinte años cuando dejó su hogar rumbo al lejano sur, donde las cosas se habían puesto muy feas con los herejes del Culto a las Estrellas. Por lo que habían oído en su pueblo una región entera del gran reino de Khäl se había proclamado independiente del reino, rechazando a su Rey como dueño de sus tierras y a su Dios Intraterrestre como divinidad. Esto provocó una gran guerra civil dentro del reino que unos meses más tarde se extendió por fuera de sus fronteras.
Al final, los grandes Reyes de Nueva Pangea, en un hecho sin precedentes, organizaron una coalición y decidieron unir sus ejércitos en uno sólo para erradicar la amenaza creciente. Durante años las batallas asolaron las grandes mesetas y áridos desiertos de Khäl. Muchos murieron entonces, pero consiguieron replegar a los profános hacía las montañas del sur, junto al mar. Si bien no hubo una victoria absoluta, se consiguió una paz en el reino aceptable para su Rey, todo estaba ya en orden, y los herejes sólo controlaban una pequeña cordillera de montañas escarpadas donde fundaron su propio país, un país al que no designaron Rey, ni Dios.
Cuando Garduk abandonó las tierras de Khäl se enteró una noche, mientras bebía dulce de cebada en una taberna, de que el motivo real de la sublevación de los sureños y que dio origen a la guerra, fue el hallazgo por parte de algunos de ellos de unas pruebas irrefutables que cuestionaban la divinidad de los Dioses, afirmaban que no eran inmortales y que jamás crearon al hombre. Garduk había escuchado esas palabras con sumo temor y parte de rabia. No era muy inteligente hablar así de las divinidades que había jurado proteger... Y no era el único en aquella taberna que de haber escuchado algo fuera de tono hubiese provocado un derramamiento de sangre.
Ahora todas esas historias, habian quedado muy atrás para él. Sólo tenía algo en su mente, y era llegar a casa, ciertamente le faltaba muy poco para hacerlo.
El caballo de Garduk dió unos últimos pasos antes de detenerse en la cima de la colina que acaban de subir, y allí estaba, la frontera con Yselennia. Bajando la colina había un gran valle y justo en la mitad un pequeño río y un puente de piedra limitaban las fronteras entre los reinos de Elennia y Yselennia. Aspiro con fuerza llenando sus pulmones de aire y exhalo. El aire era tan fresco... El olor a abeto húmedo corria por el aire, le recordaba a su niñez. Cerró los ojos y dejo que la brisa matinal acariciase su cara y sus barbas. Bajó del caballo y se arrodilló. Cogío un puñado de tierra y la dejo caer sobre su frente, el bautismo de tierra.
Ahí estaba Garduk, gran guerrero Yselennio, al servicio del Rey Selenn III, elegido del gran Dios Intraterreste Ysess.
- La tierra es la vida -suspiró Garduk. Y con sus últimas fuerzas tras el largo viaje, se subió al caballo y comenzó el descenso hacía el valle.
